sábado, 10 de agosto de 2013

19º Domingo de Tiempo Ordinario (reflexión de José Román Flecha)


LA ESPERA  Y LA ESPERANZA
“La noche de la liberación se les anunció de antemano a nuestros padres para que tuvieran ánimo al conocer con certeza la promesa de que se fiaban” Así comienza el texto del libro de la Sabiduría que se lee como primera lectura en la misa de este domingo (Sab 18,6-9). Es un texto que evoca un pasado de esclavitud. Pero también la llegada de la liberación.
En él se subrayan, al menos, tres detalles que resultan importantes también para nosotros. En primer lugar, se recuerda la noche. En la oscuridad los temores se apoderan de las mentes y de los corazones. Pero precisamente en medio de las tinieblas resonó la señal de Dios para salir de Egipto y ponerse en camino hacia la tierra de la libertad.
El texto recuerda además que la esperanza de aquella hora no generó en los padres de Israel un sentimiento de orgullo y de prepotencia. Y, mucho menos, de olvido de Dios. Al contrario,  alimentó la piedad y la oración de los que sufrían la esclavitud.
Y, en tercer lugar, la esperanza de la partida tampoco aumentó esos sentimientos de individualismo que nos llevan a ignorar las penas y las alegrías de los demás. Todos los llamados a salir de Egipto se impusieron una norma sagrada: ser solidarios en los peligros y en los bienes.

EL TESORO Y EL CORAZÓN
El texto del libro de la Sabiduría prepara nuestro espíritu para escuchar la palabra del Evangelio. Una palabra que es otro canto a la libertad y una lección sobre la esperanza (Lc 32-48). También en este mensaje se subrayan al menos tres virtudes: la generosidad del desprendimiento; la vigilancia en la espera y la responsabilidad en la convivencia.
- Si esperamos al Señor hemos de superar nuestros temores y desprendernos de todo eso que consideramos como nuestro tesoro y repartirlo con generosidad. Las cosas no nos ofrecen la salvación. Nosotros no esperamos algo: esperamos a Alguien. Y “donde está nuestro tesoro allí ha de estar nuestro corazón”.
- Si esperamos al Señor, no podemos vivir adormilados. Se nos pide estar despiertos, vigilantes como el centinela que aguarda la aurora. Como los criados que aguardan el regreso de su señor. Un señor que recompensa nuestra espera y nuestra paciencia, haciéndose nuestro servidor.
- Si esperamos al Señor, hemos de mantenernos sobrios. Las adiciones nos llevan a perder el juicio, nos degradan y nos esclavizan. La espera nos exige mantener buenas relaciones con nuestros hermanos. Es un suplicio la espera cuando no se cuida la armonía de la convivencia.
LA PREPARACIÓN Y LA VENIDA
El centro del mensaje nos lleva a orientar nuestro ojos hacia Jesús, que se nos presenta como el Hijo del hombre. Una frase resume la urgencia y el gozo de la espera: “Estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre”.
• “Estad preparados”.  No se prepara a recibir al Señor quien sucumbe a las tentaciones de la desesperanza o de la presunción. Las dos nos llevan a permanecer anclados en el presente. Las dos paralizan a la Iglesia, a las comunidades y a cada uno de los creyentes. Sólo se prepara quien acepta el don y la tarea de la esperanza.
• “A la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre”. Mil veces hemos entendido esta frase como una amenaza. Una nueva vida, un nuevo movimiento en la Iglesia, la llegada de un nuevo Papa. A la hora que menos pensamos puede abrirse ante nosotros un panorama insospechado que nos invita a caminar en la esperanza, a construir con amor, a confesar la fe.
- Señor Jesús, sabemos que tú estas entre nosotros y caminas con nosotros. Pero tú nos has dicho que nos preparemos para la manifestación de tu presencia, es decir para la manifestación del Reino de Dios. Te esperamos, prestando atención a los signos de los tiempos y viviendo en hermandad. Ven Señor Jesús. Amén.