sábado, 7 de septiembre de 2013

Domingo 23 del Tiempo Ordinario (Ciclo C)


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Hay algo que resulta escandaloso e insoportable a quien se acerca a Jesús desde el clima de autonomía, autosuficiencia y afirmación personal del hombre del siglo veinte. Jesús es radical a la hora de pedir una adhesión a su persona. El hombre debe saber subordinarlo todo al seguimiento incondicional a Jesús.

No se trata de un «consejo evangélico» para un grupo de cristianos selectos o una élite de esforzados seguidores. Es la condición indispensable de todo discípulo. Las palabras de Jesús son claras y rotundas. «El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío».

El hombre siente desde lo más hondo de su ser el anhelo de la libertad. La vida se nos ofrece con frecuencia como una verdadera lucha de los individuos y las comunidades por lograr su libertad y su independencia.

Y sin embargo, hay una experiencia que se sigue imponiendo generación tras generación. El hombre parece condenado a ser «esclavo de ídolos». Incapaces de satisfacernos a nosotros mismos, nos pasamos la vida entera buscando algo que responda a nuestras aspiraciones y deseos más fundamentales.

Cada uno buscamos un «dios», algo que nos parece esencial para vivir, algo que inconscientemente convertimos en lo esencial de nuestra vida. Algo que nos domina y se adueña de nosotros profundamente.

Paradójicamente, este hombre que busca ser libre, independiente y autónomo, no parece que pueda vivir sin entregarse a algún «ídolo» que oriente y determine decisivamente su conducta y su vida entera.

Estos «ídolos» son muy diversos. Dinero, salud, éxito, poder, prestigio, sexo, tranquilidad, felicidad a toda costa.... Cada uno sabe el nombre de su «dios privado» al que damos culto y rendimos secretamente nuestro ser.

Por eso, cuando en un gesto de «ingenua libertad» hacemos algo «porque nos da la gana», debemos preguntarnos honradamente qué es lo que en aquel momento nos domina y a quién estamos obedeciendo en realidad.

La invitación de Jesús es provocativa. Sólo hay un camino para acercarnos a la libertad y sólo lo entienden los que se atreven a seguir a Jesús incondicionalmente: vivir en obediencia total a un Dios Padre, origen y centro de referencia de toda vida humana, y en servicio desinteresado a los hombres sentidos como hermanos.