Meditación para
Sábado Santo
Lectura
Lucas 2, 33-35
Su padre y su madre estaban admirados de lo que se
decía de él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: "Este está
puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de
contradicción -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! - a fin de que
queden al descubierto las intenciones de muchos corazones."
Dolorosa, y
recogida en su dolor, nos la quiso dejar el Señor. Desde entonces, en la piedad popular y en el
corazón cristiano, la tenemos como la mejor confidente. Ella va susurrándonos
cosas que el mundo no entiende ni quiere comprender, pero que son como ráfagas
de amor divino y que nos vienen muy bien para mantenernos orientados hacia el
amor a Dios.
En esta alborada de Sábado Santo, mientras estamos
expectantes a lo que está por venir, palpamos el amor de María a sus hijos:
¡”Madre ahí tienes a tus hijo”!
¿Sentirá, en este amanecer, excesivamente
silencioso, la ternura, la acogida de los hijos hacia la Madre? ¡”Hijo ahí
tienes a tu Madre”!
¿Por qué no adoptarla, cuando ha quedado despojada
de aquellos que tanto le amaron: José antes y, en la cruz, luego Jesús?
¿Por qué no dejarnos tomar por Ella, cuando en
cierta manera, también nosotros hemos quedado desconcertados por el trágico
final de Jesús de Nazaret?
(silencio) (canto apropiado)
Día de Sábado Santo. Nos hemos quedado sin Jesús.
Aún humea el fuego en el Huerto de los Olivos; todavía estamos despertándonos
del sueño en el que estuvimos sumidos; aún hoy, chirría en nuestros oídos, el
ruido de las monedas por el que fue vendido Jesús o la incomprensible, pero
anunciada, triple negación de Pedro.
Muchas cosas han cambiado y se han alterado en
estos días. Tan sólo, el amor inquebrantable de María, sigue tan invariable
como su semblante y su cuerpo estuvieron fieles al pie de la cruz.
Virgen, Virgen dolorida. Ni Dios, aun siendo la
Madre de su Hijo, te quiso excluir de esta realidad que asola a tanto ciudadano
de nuestro mundo: el sufrimiento, los interrogantes, las pruebas, las soledades
como el gran cáncer de la modernidad. Nunca tenemos tantos medios para
sentirnos acompañados y, por otro lado, nunca el hombre se ha sentido tan sólo.
¿Dónde está el secreto de tu comprensión, María,
para todo lo que Dios pone en tu camino?
¿Dónde reside, María, el fondo de tu sensibilidad y
de la fortaleza que nos demuestras?
Te hemos pintado con tantos colores, que nos cuesta
verte así; dolorida, solidaria, desconcertada.
(silencio)(canto apropiado)
Mañana de Sábado
Santo. Es el campo para que
crezca la confianza y la espera. La distancia entre el absurdo y la gloria. La
batalla entre el sepulcro y la vida. El momento que distancia, la Virgen que
solloza, y la mujer alegre por el encuentro con el Resucitado.
Mientras el calvario se ha quedado vacío, sin
ruidos, despojado y mudo - tan sólo roto en su horizonte por tres cruces
desnudas, sangre, letreros, cuñas, maderaje y clavos por el suelo- una mujer,
Tú, María, hermanada, cercana y conocedora del sentimiento de una Madre que
llora, con fe, y con la esperanza de la mujer de Dios, que jamás desconfía.
¡María! Cuando los apóstoles están conmocionados, y
todavía no repuestos de los acontecimientos, Tú, sigues rumiando a Dios.
Intentando escrutar y buscar respuesta en las Escrituras. Apostando por un
Creador que, lo que promete, cumple hasta los límites más insospechados.
¡Déjanos, María, acompañarte en éste, tu personal
calvario! Si en el silencio –con escasas siete palabras murió Jesús en la cruz-
Tú, en este instante, permaneces sigilosa. Porque sabes que en el silencio Dios
habla. Porque conoces, por propia experiencia, que en las horas amargas, es el
Padre quien sale al encuentro. Porque crees, añoras y meditas inmensidades
divinas en tu corazón, aunque Dios te pruebe en la noche oscura, en este día de
calma. ¿Acaso, hoy María, es el único momento de soledad? ¿No lo fue la
Anunciación cuando el Ángel te sorprendió sola? ¿Belén no fue la ciudad,
pequeña e ingrata, ante la que pasaste con soledad inquieta buscando posada? ¿Y
no fue una gruta la que te hizo saborear, una vez más, que Dios vino sólo y en
el silencio? ¡En cuántos momentos, como el de hoy, María, te sentiste
tremendamente sola.
(silencio) (canto apropiado)
Hoy, como en aquel
lejano día, sonará con especial
realismo y crudeza lo que ya el anciano Simeón predijo: aquella espada, de ayer
y tan de hoy, lastimó tu corazón pero no lo partió. Hirió tus entrañas, pero no
desahuciaron a Dios. Laceró tu amor humano pero nunca diste la espalda al amor
divino. ¿Cómo lo hiciste María?
¿Cómo permanecer fieles a ese amor tan respondido,
hoy, con el silencio de Dios? ¿Cómo responder con la talla y la altura, la
dignidad y el saber estar que Tú, María, demuestras en estas horas de orfandad
para el mundo?
(silencio) (canto apropiado)
¿Quién de los que
estamos, acompañando a María en su soledad, no hemos
tenido alguna vez una experiencia ingrata; un trago amargo; una dificultad que
nos superaba; algo, por lo que hubiésemos dado toda nuestra fortuna y fama,
para evadirnos de ello?
Mañana de Sábado Santo; hoy, aquí y ahora, hay
tanto silencio y calma como en aquel mágico momento de la Anunciación del Señor
a María: ¡No temas! ¡No temas! ¡No temas! Tal vez, este pensamiento –palabras
del Ángel que sonaron en Nazaret- servirá como consuelo y seguridad a Santa
María: ¡No temas! Si encontraste gracia ante Dios, ¿Cómo te va a dejar
abandonada, cuando a simple vista, sin Jesús por los caminos ni en las plazas,
parece no existir nada?
Y es que, el amor, dicen que es más puro, más
sólido, más verdadero cuando es probado con el sufrimiento.
Pues María, si es por eso, catapulta el amor, su
incondicional amor, en la cima jamás soñada: ¡Cuánto más me pruebas, mi Dios,
más te quiero mi Señor! ¡Cuánto más sola me siento, más miro hacia el cielo!
¡Cuánto más toco el sepulcro de Cristo, más vibro porque el grano, pronto, dará
su fruto!
Las horas grandes de los hombres, no vienen
definidas por los puntuales y exuberantes éxitos. Las grandes horas de María,
las estamos viviendo, ahora, aquí, con Ella.
En el silencio, se mira –una y otra vez- las manos
asegurándose de que todo no ha sido un sueño. De que han sido manos que, ayer,
abrazaron a Cristo camino del Calvario; las que lo sostuvieron cuando lo
bajaron de la cruz: las mismas manos de Madre, que lo sembraron en el fondo de
un sepulcro nuevo y prestado.
(silencio) (o canto apropiado)
Mañana de Sábado
Santo. Se ha detenido el
viento. Mientras unos se afanan en recoger los restos de la pasión, María
confía en cosechar el esfuerzo de tanta entrega, sufrimiento, amor, perdón y
misericordia de su hijo: la resurrección.
Mañana de Sábado Santo. En la Soledad de María
aprendemos a beber el contenido de la esperanza, que no es otra sino esperar
contra toda esperanza. Como lo hicieron tantos hombres de bien en el Antiguo
Testamento. Como tantos Patriarcas y Profetas. Como su querido esposo San José.
Esperar. ¡He aquí el misterio que se sostiene en
este Sábado Santo! Allá, en el sepulcro, una semilla aguarda la mano poderosa
de Dios. El ser levantado para la salvación del hombre. E fin de tanta
humillación, escarnio e incomprensión.
(silencio) (o canto apropiado)
Vino a los suyos, y Jesús, no
fue reconocido por ellos.
Pero María, ¡qué
decir de María! de Ella nació, con ella creció, de Ella aprendió
el amor a Dios y a los hombres.
Por eso, en esta mañana de Sábado Santo, sólo queda
Ella: recordando palabras, situaciones, caricias al que un día fue niño,
ingratitudes, huidas a Egipto y disgustos por Aquel que siempre habló sin
tapujos.
Durante su soledad, María aguarda llena de
esperanza el encuentro definitivo con su Hijo. Había dicho Jesús: «Volveré y
los tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros» (Jn 14,3).
Ella tiene la certeza de la vida eterna prometida ; por eso alienta en los
cristianos la esperanza de la propia resurrección y del triunfo definitivo de
Jesucristo.
¿Dónde estará mi Hijo? ¡Ojala yo pudiera estar
también con El! Jesucristo
María. Es la única luz que ilumina, junto con la
lámpara de algún apóstol que desde alguna esquina tímidamente observa, la
penumbra de este día donde la semilla ha sido enterrada para que mañana, muy
pronto, resurja y a todos nos dé un día el ciento por uno.
María. No te quedes en tu soledad. Hoy, aquí tus
hijos, te acompañamos con el sentimiento, con la contemplación, con la
fidelidad, con el dolor –pero sobre todo- sabiendo que Dios tiene la última
palabra. Y, ésta, no es precisamente la muerte.
Soledad la de este día, en María, preludio de
aquella otra soledad que –en compañía de Juan- ofrecerá y dedicará para ayudar,
alimentar, animar y fortalecer a sus nuevos hijos: nosotros y, dentro de una
hermosa casa, la Iglesia.
¡María!
Amén.
MADRE
(ANÓNIMO)
Existió una mujer que tuvo algo de Dios, por la
inmensidad de su amor
y mucho de ángel por la incansable solicitud de sus
cuidados con Jesús.
Una mujer que siendo joven tuvo la reflexión de una
anciana
y en la madurez, siguió trabajando y caminando con
el vigor de la juventud.
Una mujer que descubrió los secretos de Dios
con más acierto que la sabiduría de un profeta,
y siendo instruida en la Palabra de Dios,
supo acomodarse al crecimiento de la simplicidad de
un niño.
Una mujer que, siendo pobre, supo ser feliz amando
y siendo rica, en espíritu y vida , lo hubiera dado
todo
por no ver sufrir el colmo del latir de su corazón:
Jesús.
Una mujer que siendo fuerte, se estremeció en el
encuentro hacia el Calvario
y siendo débil, supo permaneció gigantescamente
firme al pie de la cruz.
Una mujer que, mientras vivió, muchos no la
estimaron
pero, pasados los siglos, pueblos y naciones
la siguen, la seguimos llamando, ¡bienaventurada!
Una mujer que, siendo sencilla, calma todo dolor
y siendo obediente, atrae a todos hacia sí.
Una mujer que, cuando se le mira, todos dolores se
olvidan
y cuando abre sus brazos, uno se siente el hijo
dichoso y más protegido.
Una mujer que, en Viernes Santo al igual que otras
tantas veces,
la vemos a la sombra del crucificado.
En el Sábado Santo, guardando esperanzado silencio
y, en la mañana de Pascua, esplendorosa y radiante,
porque Cristo Resucitó ¡Aleluya!
¿Queréis saber su nombre?
Nunca, con tan pocas letras, nos dice tanto: MARIA
Ayer con Jesús, la vi pasar
y hoy conmigo mismo,
la veo, la contemplo al pie del dolor, en mi propio
camino.
Amén.
Por Javier Leoz