STAT CRUX, DUM VOLVITUR ORBIS (Mientras el mundo
gira, la Cruz permanece).
Éste podría ser el resumen del acontecimiento que vamos a
celebrar en nuestra HH y CC el 24 y 25 de Noviembre, festividad de Cristo Rey:
Besapiés "cristífero".
Mientras el mundo gira, la Cruz permanece. El mundo
gira, cambia, modas y vientos de doctrina arremeten; revoluciones, cambios
culturales, crisis de civilización: el mundo gira y a velocidad de vértigo.
Técnica, ciencia: el mundo cambia. Parece que nada hay duradero, nada
verdadero, nada estable. Sólo la Cruz permanece.
Al giro del mundo parecería corresponder el deseo de
"modernizar" la Iglesia, pensando que así los hombres vendrán a ella;
adaptar la Iglesia a los tiempos quitando aquello que las modas de hoy (que
mañana ya han caducado) no soportan o les parece desfasado. Pero la Cruz
permanece. La identidad del Misterio es siempre la misma y Dios permanece Fiel.
En la Cruz está la redención. Ahí está el gran signo
del amor de Dios: en su Hijo entregado hasta la muerte y muerte de Cruz. Sólo
hay que mirarlo a Él: el Señor crucificado nos habla de amor, nos entrega su
amor, nos muestra su amor.
No hay otro camino tampoco para nosotros: la cruz
marca la vida cristiana. En la liturgia signamos nuestro cuerpo con la Cruz,
desde nuestro propio bautismo, pasando por el sacramento de la Confirmación, la
fórmula del perdón con la cruz en el Sacramento de la Penitencia, hasta las
veces que nos signamos durante la Eucaristía (al inicio, en el Evangelio, en la
bendición final) o al iniciar las distintas Horas del Oficio divino. Pero si
nos signamos así, ¿a qué extrañarnos luego de la Cruz de la propia vida? De una
manera u otra, la Cruz brilla en la vida: circunstancias adversas, enrevesadas,
inesperadas, dolorosas; humillaciones o dificultades, incomprensiones o
soledad; una enfermedad física, moral, psicológica o espiritual; situaciones
difíciles por las que atravesar... En esa cruz personal nos unimos al Redentor.
Su dificultad -llevar la cruz, ser crucificados con Cristo- conlleva siempre
una gracia especial que es insensible, no la percibimos fácilmente, pero que
realmente nos está sosteniendo.
La Cruz se convierte en el crisol que purifica
la fe y la da mayor pureza y verdad. La Cruz se convierte en el criterio de
verificación de un cristianismo auténtico y convencido, hecho carne nuestra, o,
por el contrario, pone en evidencia nuestra superficialidad o sentimentalismo
al vivir el cristianismo: rebeldía, decepción con el Señor o tantas otras
reacciones.
¡Salve Cruz!
Con algunas de las preciosas antífonas y
responsorios del Oficio divino, podemos muy bien contemplar el Misterio:
"Ésta es la cruz del Señor.
Huid, enemigos; ha vencido el león de la tribu de Judá, el vástago de David.
Aleluya".
"¡Oh cruz bendita!, tú sola
fuiste digna de sostener al Rey y Señor de los cielos. Aleluya".
"Oh cruz admirable, de cuyas
ramas colgó nuestro tesoro y la redención de los cautivos; por ti el mundo fue
redimido con la sangre de su Señor. Salve, cruz, santificada por el cuerpo de
Cristo y adornada con las piedras preciosas de sus sagrados miembros".
"Resplandece la santa cruz,
por la que el mundo recobra la salvación. ¡Oh cruz que vences!, ¡Cruz que
reinas!, ¡cruz que nos limpias de todo pecado! Aleluya".